martes, 9 de diciembre de 2008

Paciencia

Quería verse de nuevo metida en el juego. Sí, volver a tener el control como la emperatriz de "La maldición de la flor dorada".
Volver a creer en alguien, tanto como lo hacía la esposa en "El velo pintado".
Tener algo tan irreal como el amor en "Crepúsculo".
Todas esas películas le estremecían.
Era como por fin, volver a tener la constancia de que existía todo aquello. Ya no por las imágenes, ya no por la superficialidad de lo que es una producción de cine, sino porque alguien, en algún momento, creó cada una de esas historias.
Ella seguía teniendo la idea de que cuando alguien crea una obra es porque la siente.
Se escribe con el alma, dicen.
Al menos ella así lo hacía (y ya se sabe que cree el ladrón que todos son de su condición).
Buscaba en otros, ese halo de magia que algunos decían ver en ella, puesto que, no se creía ni mucho menos única en el mundo y... pensaba... "Si no soy única, debería haber, en alguna parte, más personas como yo..."
¿Qué hacía ella para que la encontrasen? No lo sabía, así que no sabía por donde seguir buscando.
Las posibilidades de hoy en día son infinitas, y como infinitas que son, se tornan inaccesibles para cualquier humano, de capacidad limitada y mente cuadriculada.
Tocaba lo de siempre, volver a creer en la casualidad, en el destino... ¡Ese maldito traidor embustero!
Sea como fuere, si hay que esperar a que un príncipe a lomos de un caballo blanco venga a buscarte a un torreón... al menos habrá que avisarle de que estás allí ¿No?

"Sin Rey que proclame mi estado de clausura, me veo obligada a escapar cada noche de esa torre "infranqueable" para dejar en cada almohada, un carta anónima desesperada"

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