lunes, 1 de diciembre de 2008

Despertares


Después de soñar con Álvaro (una vez más) desperté de forma distinta.
Esta vez me faltaba el aire, ni siquiera podía concentrarme en llorar toda esa angustia que se me acomodaba en el pecho.
Sentía como si todo mi interior acabase de ser sometido a un envasado al vacío. Como si se me hubieran entretejido los tejidos. Tensión.
Supe que estaba tan helada en el fondo, que ni aun llorando en el sueño podría hacerlo al despertar, tan insensible como me había vuelto y, entonces, me maldije a mí misma por saber que hacía tanto tiempo que no sentía algo así en la vida real, que no podía recordarlo.
Nada me robaba el aliento ya.
Nada.
Ningún amor era tal como el que sentí por Álvaro en aquel sueño. Aquella conexión mística y ese amor salvaje y brutal, pese a ni siquiera ser consumado.
Un amor metafísico, de esos que te hacen llorar con tan sólo unas palabras.
Nada, ahora era un témpano de hielo.
Quizá por ello el mejor sueño fuera no despertar, por si me doy cuenta de que ya no siento nada, que ya no hay quien me salve.
Moriré en la torre. Eso sí SOÑANDO.

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